Imperial Ruso
Primera de una serie de activaciones para inventar a mi abuela
| Este proyecto juega en los bordes donde la memoria y el registro se vuelven la posibilidad de algo nuevo |
El olor de su piel mezclado con colonia cítrica flota en el aire.
Las manos arrugaditas y las uñas agrietadas como las mías.
Los labios pintados de un tono sutil, natural, que destaca la boca pero no invade las facciones.
Los dientes perfectamente rediseñados y una sonrisa imprevista que los deja ver.
Un cuello de camisa planchado con cuidado y almidón, botones de nácar y un prendedor que remata
la prenda.
El azúcar corre por nuestra sangre, la sorpresa del gesto que lo transforma todo: nuestras manos juntas apenas transpiran. Se reconocen como animalitos que olfatean.
Complacerte con dulce, fabricar tu alegría una tarde de domingo y guardármela para siempre,
para mí y para mi hija.
Bitácora
Empezó hace mucho pero yo no lo sabía.
No conocí a mi abuela Quica, sólo sé de ella por las tres o cuatro historias que repite mi papá y por la emoción que lo toma cuando la nombra.
Murió cuando yo me estaba materializando en el útero de mi mamá. Casi no llegó a ser mi abuela. Tenía cáncer de mamas, la operaron miles de veces, le sacaron la glándulas.
Pienso en los cuerpos atravesados. Sus tetas, la función nutricia, la muerte que dejó lugar a mi llegada. A esa misma casa en la que ella ya no ocupaba un espacio físico, llegué yo.
Hace un tiempo redescubrí un cuaderno que mi abuela armó con recortes de artículos que escribía y publicaba durante la década del 40 en una revista del sindicato de costureros, varios de estos textos tienen una impronta feminista fuerte, reflexionan sobre la maternidad y el rol de la mujer en la sociedad. Justo ahora que estoy gestando un ser adentro de mi cuerpo, quiero activar el archivo para inventar a esa abuela.
Una de las pocas cosas que mi papá cuenta de mi abuela, es que sus momentos más felices eran cuando comía Imperial Ruso, lo compraba en la panadería del barrio y lo degustaba con entrega absoluta. Preparé ese postre para ella y la invité a comerlo conmigo. Muchísima azúcar impalpable, claras de huevo y crema, mediaron nuestro encuentro imposible.